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Los cuerpos que deben mostrarse

Por Itzel Lozada

Últimos días de diciembre, nostalgia prenavideña y corazón abrumado. Ante ello, abatí mi apatía y me inscribí -de una vez y quien sabe hasta cuando- al gimnasio.

 

“¿Por qué te quieres inscribir?” Pregunta obligada en los gimnasios, supongo.

“Ah es que quiero algo que me ayude con el insomnio y estoy muy estresada”, contesté genuinamente.

“Mmm, sí, eso está muy bien” “Pero ¿por qué otra cosa vienes? es más si tuvieras una varita mágica ¿qué quisieras lograr en tu cuerpo?”

Bueno, respondí, tal vez bajar… mirando y tocando inconscientemente mi estómago.

Ya no tuve que decir más. ¡¡¡Claro!!! Vas a quedar como Barbie, contestaron.

Y aquí estoy, un mes después, recapitulando estas semanas en las cuales me he sentido mejor; el insomnio no se ha ido del todo, pero le estoy dando batalla. Ya no me mareo en la elíptica, al menos. El corazón dejó de estar tan abrumado, aunque… eso no tiene que ver con el gimnasio.

Esto va pareciendo un diario de mi vida [no] fitness. No va por ahí. Intenta ser un recuento de los cuestionamientos que están todo el tiempo conmigo pero que de repente algo (en este caso, el gimnasio) provoca que se detonen una y otra vez. De esas narrativas simbólicas que nos siguen diciendo que tenemos que vernos como Barbie.

Lo simbólico es invisible, tal vez inconsciente, pero muy normalizado. En las pantallas del gimnasio se transmite un canal deportivo y, como si fuera inherente a esos espacios televisivos, aparecen mujeres de cuerpos y caras “perfectos” con escotes pronunciados, abdomen tonificado, cabello inmaculadamente acomodado, en fin, que ellas sí se ven como las barbies rubias de las jugueterías.

¿Y por qué nos siguen diciendo que debemos vernos como ellas? La respuesta la sabemos. Porque nos hemos socializado viendo esos cuerpos como los ideales. La blanquitud, el cuerpo hegemónico, la unicidad. Esos cuerpos son los que se aplauden, los que supuestamente deben mostrarse. Los cuerpos fuera de esas prescripciones deben esconderse, guardarse, disimularse.

Desde procesos individuales, las mujeres hemos aprendido a ver nuestros cuerpos con miradas de culpa, de escrutinio, de vergüenza, comparándonos con esos cuerpos que sí cumplen con los estándares patriarcales que han prescrito cuáles cuerpos son mejores que otros.

Claro, esos estándares hegemónicos no son exclusivos de los lugares deportivos. Los gimnasios, como espacios públicos, deben ser seguros, confiables, cómodos. Solo que no puedo dejar de cuestionarme por qué de inmediato quise buscar algo mal en mi cuerpo echando para atrás el compromiso personalísimo de agradecerle y honrarlo porque cuando me veo en el espejo, trato de recordar los 20 años que me ha costado estar orgullosa del cuerpo que tengo y que una de las premisas para ello, es no compararme con nadie.

Es un trabajo diario, arduo, complejo. Casi de resistencia ante el sistema que, además, se empeña en decirnos que las mujeres tenemos fecha de caducidad.  Hemos constatado el daño que ha hecho a las mujeres esas imposiciones estéticas, esos cuerpos hegemónicos que siguen viéndose como “apetecibles” desde la más arraigada cultura patriarcal; el daño que esta sociedad gordofóbica ha provocado en quienes se disocian de los cuerpos estereotipadamente idealizados.

En las trampas del “empoderamiento femenino”, se ha llegado a asociar el poder de las mujeres con el hecho de tener cuerpos con curvas pronunciadas. “Mujeres empodérense” pero con el abdomen duro y firme, por favor. Hay que quererse, nos dicen, como si la autonomía y la capacidad de agencia fueran consecuencia de unas nalgas tonificadas, sin un gramo de celulitis.

Y puede que no esté peleada una cosa con la otra, claro. Solo que en estos tiempos en donde el amor propio es un tema de “echarle ganas”, simplificando un concepto que es disruptivo para las mujeres porque nos enseñaron a cuidar a otres antes que a nosotras mismas, hay que tener cuidado de que ese amor propio no se asocie a tener o no las tetas caídas, el abdomen flácido, o señalar a los cuerpos gordos como carentes de autoestima.

La autonomía y el autocuidado son procesos individuales, sinuosos, dolorosos y profundos.

Recién leí uno de esos comentarios en Twitter en el que una persona hacía comentarios sobre el cuerpo de Michelle Rodríguez. “Esas fotos de mujeres romantizan la obesidad. Una mujer con ese peso no goza de salud física ni mental” decía tan quitada de la pena, como si tuviéramos el derecho de opinar sobre el cuerpo y la salud de las personas.

Escribo aquí desde mis privilegios. No lo olvido e intento ser consciente de ellos.  Ir a un gimnasio, tener tiempo y recursos para hacerlo por supuesto que son privilegios. Soy delgada, lo cual pareciera otro privilegio en esta sociedad que tanto juzga los cuerpos gordos. Esos privilegios nos sesgan pero haciéndolos conscientes podemos movernos hacia lugares que nos hagan cuestionarnos y, al mismo tiempo, desaprender lo que los mandatos patriarcales han insistido en enseñarnos.

No quiero dejar como absolutos lo que he señalado. Hay matices, hay distintas narrativas, lo sé. Pero en tantas trampas que las mujeres debemos sortear, quiero y elijo cuestionar, cuestionarme. Porque tengo la certeza de que encontrando respuestas, seguiré viendo mi cuerpo desde el cariño, el respeto y no desde la culpa y el castigo. Las vivencias individuales se vuelven colectivas porque el canon impuesto en nuestros cuerpos es para todas.

Estoy a unos meses de cumplir 45 años. Me enorgullece la edad que tengo aun cuando las voces de afuera insisten en lo contrario. Abrazo a la mujer que fui con todas mis inseguridades, abrazando a la vez, a todas quienes siguen en el proceso de aceptar gozosamente el cuerpo que se refleja en el espejo.

Procuro mi autocuidado sabiendo que la edad y la forma de nuestro cuerpo deben estar fuera de la opinión de la sociedad. Que nuestros cuerpos son eso, nuestros. Que el amor y aceptación hacia ellos sigue siendo un acto revolucionario. Rebelémonos entonces para que todos los cuerpos, en su amorosa diversidad, ya no permanezcan en la sombra de la culpa. Porque todos los cuerpos merecen salir de ahí y ser mostrados.

Una respuesta en “Los cuerpos que deben mostrarse

Me encanta esta reflexión las mujeres no somos un cuerpo vamos mas allá de todo eso hay mujeres delgadas y enfermas mujeres delgadas y bello cuerpo con cirugías mujeres voluminosas y todas seas como seas sigues siendo mujer nada te hace perder tu esencia aún así cuando envejecemos cambia nuestro cuerpo pero nuestra esencia. nuestras vivencias no eso es realmente ser mujer no un cuerpo que por muy bello que sea también va a envejecer si es que tienes ese privilegio

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