Mamá trans-acompañante  

1.- Mi hija Sophie me pide un permiso muy especial

Soy una orgullosa mamá de una joven trans, es lo primero que me gustaría contarles. Me siento así porque la identidad de mi hija Sophie ha dado a nuestra pequeña familia una historia de fortaleza, descubrimiento y apoyo amoroso de personas maravillosas con las que estaremos eternamente agradecidas.

Mi hija Sophie tuvo una infancia estable. Yo la observaba tranquila y feliz, pero introvertida. No le gustaba mucho estar en fiestas o en espacios con grandes multitudes, prefería los espacios poco ruidosos, era tímida, callada y le gustaba mucho el fútbol. Desde pequeña le gustaron las matemáticas y tenía 9 o 10 años cuando empezó a participar en concursos de ese tipo en la escuela, orgullosa y motivada.

A pesar de ser introvertida, era popular. Tanto niños como niñas querían jugar con ella y en los comentarios de sus maestras destacaba por sus actitudes de cooperación y generosidad.

Tuvo un momento de crisis en primero de secundaria, cuando de ser un alumno destacado (porque nos referíamos a ella en masculino), empezó a irle mal en varias materias, pero especialmente en matemáticas. Esta situación me llevó a tener varias reuniones con sus maestras, en donde también surgió que no usaba los lentes en clase, cuando su grado de miopía lo obligaba a usarlos para poder ver el pizarrón.

Hice un plan con Sophie para ir resolviendo las situaciones que le estaba costando afrontar. Conseguimos unas clases de matemáticas extras para regularizar su situación en la materia, vimos la posibilidad de que usara lentes de contacto porque no le gustaba su apariencia con los lentes, y platicamos más que nunca de cómo se sentía. Salimos en poco tiempo de este bache, retomó su seguridad y todo siguió su curso.

Sin embargo, socialmente los cambios cada vez más fueron sustanciales. No quería participar en  ningún tipo de convivencia y observaba que muchas veces era excluida del grupo. Le preguntaba cómo se sentía con eso, pero decía que no le afectaba porque no eran actividades o pláticas que le interesaran.

Así transcurrieron los tres años de la secundaria, con ella enfocada en las matemáticas y todo lo que tuviera que ver con el espacio. Sin embargo, su carácter, a veces hostil, me preocupaba. La veía enojada o incómoda con frecuencia, pero lo asociaba con cambios propios de la edad (y así era), pero ahora que lo platico con ella, tenía que ver con su inconformidad de no sentirse bien con los roles de género que se le empezaban a exigir más socialmente.

La forma de relacionarse, desde los mandatos de la masculinidad y la feminidad que se acentúan en esta etapa, fueron los que Sophie experimentó con desagrado. A mí me preocupaba, pero cuando cedía frente a mi insistencia de socializar, me sentía mal por no verla feliz con la convivencia. Sólo en las clases de matemáticas la veía contenta y disciplinada, así que asumí que sólo era parte de su personalidad y deje de forzarla a estar en lugares en donde no quería estar.

Cuando inició el confinamiento del 2020, como muchas otras familias, pasábamos la mayor parte del tiempo en casa. Sophie acababa de entrar a la prepa y aún no conocía de manera presencial a nadie de su grupo. Habíamos encontrado una rutina dentro de la dinámica que el encierro nos impuso, y justo a punto de terminar, uno de esos fines de semana que dedicábamos hacer limpieza y prepararnos para el inicio de semana, mientras veía una película para distraerme y descansar, Sophie de 16 años se acercó de manera muy espontánea y me dijo: “Mamá, te quiero pedir un permiso. ¿Puedo empezar a hormonizarme?”

Ante la pregunta, traté de disimular la tremenda angustia que empecé a sentir. Le respondí que me permitiera investigar primero y que la atención terapéutica seguramente iría antes de cualquier otra cosa, y me respondió que sí.

Toda esa noche busqué información. La mayoría de los artículos publicados estaba relacionados a los riesgos de vida de las personas trans, la violencia cotidiana al interior y fuera de sus familias, el riesgo al suicidio, las pocas opciones de empleo, educación, vivienda, la baja esperanza de vida. Así transcurrió mi noche, llena de incertidumbre y de tristeza, de pensar que nuestra vida sería un campo minado y lo mucho que habría que afrontar, pero también empecé a pensar en a quién podría recurrir. 

Para darle un apoyo seguro en el proceso a Sophie, afortunadamente tenía en mente a muchas personas. A la primera a la que recurrí fue a Helen, su terapeuta hasta hoy en día, que había conocido antes. Habíamos platicado un par de veces con la intención de hacer trabajo juntas y me inspiró mucha confianza desde el principio, porque notaba en su trabajo el trato amoroso que necesitábamos. 

Helen aceptó de inmediato, pero me sugirió algo que me esfuerzo por mantener hasta el día de hoy: Sophie es quien tiene que hacerse cargo de su proceso, porque es lo que le va a permitir ganar confianza y autonomía. Así que, como Helen lo sugirió, Sophie tuvo que encargarse de escribir y solicitar su primera cita.

Transcurrieron las primeras semanas, con Sophie en terapia y conmigo buscando información todos los días, para comprender y enfrentar todos los mitos alrededor de las personas trans. Por años escuché en mi familia y gente cercana decir que se trata de una etapa, que se pueden arrepentir, que es una moda, o que son personas que fueron sido abusadas sexualmente. Estos comentarios, nunca inofensivos, me causaron mucho dolor y miedo.

Cada uno de estos temores son el común denominador por el que atraviesan gran parte de las familias trans. Este término lo escuché por primera vez en un grupo de apoyo, al que ingresé por referencia de una amiga con la que también estoy profundamente agradecida, mi querida Luz.

Con ella, coincidí en la Red de cuidados en México, una organización a la que busqué unirme. Tuvimos una reunión virtual de trabajo, pero terminé diciéndole lo que me estaba ocurriendo. Además de actuar con maravillosa empatía, me invitó a participar con ese grupo que en el contexto del confinamiento había llevado sus reuniones a la virtualidad.

Musas de metal es una organización que por años ha venido trabajando con apoyo de grupos de apoyo a personas trans con grupos de personas adolescentes, de personas adultas y de familiares de personas trans, fueron premiadas recientemente por el maravilloso trabajo que realizan en la CDMX, en este espacio me maraville con la comunidad con la que me encontré, el amor y el respeto que inunda la dinámica de esta comunidad y la variedad de situaciones en la que se presenta una identidad de las personas trans.

En estas comunidades se habla en un ambiente de confianza y empatía, de los muchos y diversos retos que hay que enfrentar, el rol de las personas que aceptan o no esta condición al interior de las familias, la relación con la escuela, la vestimenta, empezar a nombrar a nuestrxs hijes conforme a su identidad (que es todo un tema). Todo lo que hay detrás es profundo, tanto para las personas trans como para las familias, y por eso es tan importante luchar por que el proceso legal se facilite para nuestrxs hijes.

Las lecturas, los documentales, pero sobre todo los testimonios de las personas trans es lo que más me ha ayudado en nuestro andar. De un testimonio de una joven trans tome la decisión de asumir con valentía el camino para mi hija y anunciar a su abuela, abuelo, tía y su papá (del que estoy divorciada), su proceso de transformación.

Cada anuncio ha sido un desafío con implicaciones distintas. Cómo explicarlo de forma sencilla, permitir que las personas se acostumbren a cambiar su percepción de la identidad de mi hija, pero sobre todo establecer que no es negociable permitir muestras de hostilidad o de violencia, fue algo que siempre tuve presente, la respuesta en este primer círculo fue mucho mejor de lo que esperaba, ya en la convivencia con el paso del tiempo no ha estado exenta de altibajos, pero nada que haya impacto severamente el proceso de mi amada Sophie.

Poco a poco esta misma experiencia de anunciar nuestra condición se ha ido extendiendo a otros ámbitos de convivencia la escuela, las amistades. Por ahora hemos tenido suerte no porque no se nos hayan presentado situaciones de incomodidad o de hostilidad, sino porque sabernos con una pequeña comunidad de apoyo ha vuelto cada situación en una experiencia de transformación, por ello nuestro deseo desde Cultivando Género es que todas las infancias y adolescencias trans y sus familias en Aguascalientes cuenten con nosotras como su red de apoyo, ellas existen y resisten.