Por Liz Romero
Llegué a Berlín como una parada intermedia a mi destino final: Paretz, una aldea idílica en donde se llevaría a cabo “El Retiro de Aprendizaje por la Desigualdad”. Las calles de Berlín están obscuras debido al ahorro de consumo energético que está teniendo el país, y lo que, para cualquier habitante de ahí, representa un acto ordinario y seguro, se convirtió en una actividad de alto riesgo, en mi mente, claro está.
¿Por qué me sentí así? Me tomó unos días de reflexión entender por qué el pánico se apoderó de mí, pues verán… en casi cualquier lugar de México es inseguro caminar a medianoche en una calle obscura, con dos mochilas, tomar el metro, transbordar, pasar por calles con chicos tomando alcohol. Un escenario así, se traduce en un laberinto en el que tu vida está en juego. Déjenme platicarles que hace algunos meses “desapareció” Debanhi Escobar, una joven de 18 años, al estar esperando un taxi que la llevaría a su casa regresando de una fiesta; semanas después la encontraron asesinada -con señales de ataque sexual-; pero también hace algunos años, 15, para ser exacta, soldados del ejército violaron a Ernestina Ascencio, una anciana indígena de 73 años, días después murió. Coloco dos ejemplos antagónicos para explicar-me- que mi miedo era fundado, y que no es un miedo nuevo, ni paranoia gratuita, es un miedo acumulado por años.
¿Por qué me sentí así? … mi miedo era fundado, y que no es un miedo nuevo, ni paranoia gratuita, es un miedo acumulado por años.
Y es que la historia -colectiva e individual- es como un fantasma que persigue, que se traslada con nosotras a donde vamos. Algo tan simple y cotidiano como trasladarte de un lugar a otro de manera segura no debería ser considerado como un privilegio, porque es un derecho.
Paretz, significó un paraíso para mirar a los otros, y a las otras, para reunir voluntades, coraje y esperanza de trabajar por un mundo con igualdad.